Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República no se generó la estampida de capitales hacia otros mercados, tampoco se tiene una debacle económica por el populismo, pero si una seria contracción económica.
El Presidente López Obrador afirma que este año se crecerá al 2 por ciento, lo cual se ve muy remoto, ya que la inversión pública y privada no se hacen presentes.
El optimismo presidencial no cuenta con los recursos económicos para hacer realidad su deseo, ya que por los elevados compromisos financieros que heredó existe un margen mínimo para la inversión pública en aspectos que no sean Pemex y sus promesas presidenciales de aeropuertos, trenes y refinería.
Pero aun así, el Presidente no ceja en el empeño de tratar convencer a la iniciativa privada mexicana de que invierta en el país, a través de acuerdos, reuniones y consejos para la promoción del empleo y la inversión.
Los hombres del dinero manifiestan interés y compromiso con el Jefe del Ejecutivo, pero la realidad es otra, no les interesa que tenga éxito su gobierno porque les quita los privilegios y formas de hacer grandes sumas de dinero, léase el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) y proyectos conjuntos.
Sin duda, la tarea que tiene el Presidente López Obrador para generar una etapa de crecimiento económico de por lo menos un 2 por ciento y el promedio de 4 por ciento en su sexenio requiere de un esfuerzo titánico, pero en esta ocasión no tendrá tanto tiempo para cumplir con sus promesas.
López Obrador y su Jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo Garza, tendrán que tejer fino para contar con la inversión real de los empresarios mexicanos, la que deberá reflejarse rápidamente en la generación de empleos, mejores condiciones de vida y ganancias para los inversionistas, cosa nada sencilla, pues la tradición en México es la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias.